En mil novecientos ocho, Evaristo Carriego, quien fascinaba a Borges, publicó Misas herejes. Se incluye ahí “El alma del suburbio”:
El gringo musicante ya desafina
en la suave habanera provocadora,
cuando se anuncia a voces, desde la esquina
«el boletín —famoso— de última hora».
Entre la algarabía del conventillo,
esquivando empujones pasa ligero,
pues trae noticias, uno que otro chiquillo
divulgando las nuevas del pregonero.
En medio de la rueda de los marchantes,
el heraldo gangoso vende sus hojas…
donde sangran los sueltos espeluznantes
de las acostumbradas crónicas rojas.
Las comadres del barrio, juntas, comentan
y hacen filosofía sobre el destino…
mientras los testarudos hombres intentan
defender al amante que fue asesino.
La cantina desborda de parroquianos,
y como las trucadas van a empezarse,
la mugrienta baraja cruje en manos
que dejaron las copas que han de jugarse.
El poema sigue. Pero, además, en mil novecientos doce, Evaristo Carriego dejó los materiales de La canción del barrio. Se dice, en muchos lados que Evaristo Carriego descubrió el barrio. Quien alude a su barrio, hace una confesión íntima. Existen poemas, canciones, música, hasta modos de hablar, que nacen en los barrios. El arrabalero y el tango representan por su música, letras, bailes y costumbres, el sentir de un lugar muy oscuro, si acaso un barrio. Tal vez el tango haya nacido en locales de prostitución y más bien sea la milonga la que pertenece al barrio. El caso es que, en ambos casos, la música, la lírica y la atmósfera, son imprescindibles.
Tango es una palabra oscura. Se sabe que el siglo pasado hubo un estilo musical, muy parecido al flamenco español, que se llamó tango o tanguillo. También fue un estilo cubano con rítmicas de dos y cuatro tiempos, de esos que en la habanera se llaman bailes de ida y vuelta. En las pampas argentinas y en las de Uruguay, en las cuecas y zambas de Cuyo y Chile o en los corridos venezolano, hay un sonido “tanguero”. Tango era una palabra africana de uso común en el comercio de esclavos del siglo diecisiete. En el Congo, Sudán y Guinea, tango era el lugar de embarco antes de zarpar hacia el Nuevo Mundo, un lugar cerrado y exclusivo para negros.
Por eso en América tango se llamó al lugar en donde los negros se reunían para bailar. Tango puede ser también una alteración de un término quechua con el que se denominaban los lugares de fiesta: tambo. Hubo en algún rincón de Buenos Aires, un sitio llamado “El Tambito”, una taberna para beber y bailar y que más tarde se llamó en lenguaje popular “pulpería”. En México lo más parecido a una pulpería, incluso por el nombre, son las “pulquerías”. Todavía existen. Ahí se vende el alcohol hecho con el fruto del agave. Hay de muchos sabores: coco, tuna, fresa, guanábana, etc. Tradicionalmente la pulquería es un lugar para beber, jugar damas o dominó y, sobre todo, para conversar.
En estos sitios, tambos o pulquerías, finalmente, lugares de fiesta, reunión o baile, hay también una literatura, rica y abundante, que representa el sentir de la gente ordinaria. En México hay una cultura muy rica alrededor de los barrios y las calles, de los bares y las pulquerías. En Buenos Aires también. Hay todo un sentir que se recoge en las líricas del tango y la milonga. Una tradición que entonan cantores con melancolía y fastidio, en tono conversador y arrastrado, voces que narran contrariedades del tiempo y la vida, amores por y en la ciudad, imágenes vivas que pasan en Buenos Aires, Palermo, Uruguay e incluso en París.
Hasta donde sé, el tango existe en Buenos Aires desde 1870. El primer tango impreso que se conoce data de 1896 y es El Entrerriano. Sin embargo, el tango más antiguo que se conserva es aproximadamente de 1874. Julián Aguirre, un navarro que fundó la escuela musical nacionalista argentina, lo recoge en sus Aires Criollos, tal como lo registra Blas Matamoro en El tango. El antiquísimo tango al que se refiere es El Queco, que se cantó durante las guerras civiles, cuando el general Arredondo entró a Córdoba. Es música militar y provinciana. “Queco” significa prostíbulo. Es fácil entonces entender que el tango trate sobre las “chinas cuarteleras” que acompañaban al ejército para sus ratos de diversión disoluta.
Sobre el origen del tanto, Borges tiene datos distintos. En su “Historia del tango”, incluida en Evaristo Carriego, recoge observaciones de Vicente Rossi, Carlos Vega y Carlos Muzzio Sáenz Peña, investigadores que historian el origen del tango. Borges suscribe todas las conclusiones de estos personajes y agrega una historia del destino del tango. El tango, según Borges, pudo haber nacido en el suburbio o en los conventillos en la Boca del Riachuelo. Su procedencia, topografía y geografía es muy diversa: Saborido dice que nació en Montevideo, Poncio sostuvo que se originó en Buenos Aires ⎯cerca de su barrio, por cierto⎯, etc. En algo sí coinciden los historiadores: nació en los lupanares no antes de los mil ochocientos ochentas y no posterior a los mil ochocientos noventas. Esto, al menos, en lo que se refiere al tango instrumental: piano, flauta, violín y bandoneón. Su baile lascivo, sus sonido y notas lo habrían vuelto en algún momento escandaloso, adecentado en París, pero no en Buenos Aires. Borges se refiere a una fiesta de casamiento, descrita en Misas herejes, en donde el tío de la novia condena la diablura que hay en el tango bailado:
El tío de la novia que se ha creído
obligado a fijarse si el baile toma
buen carácter, afirma, medio ofendido;
que no se admiten cortes, ni aun en broma…
Que, la modestia a un lado, no se la pega
ninguno de esos vivos… seguramente.
La casa será pobre, nadie lo niega,
Todo lo que se quiera, pero decente⎯.
Además de erotismo, Borges halla en el tango una índole pendenciera. El tango es agresivo. “Hablar de tango pendenciero ⎯dice⎯ no basta; yo diría que el tango y que las milongas, expresan directamente algo que los poetas, muchas veces, han querido decir con palabras: la convicción de que pelear puede ser una fiesta”. Es cierto, el tango es una fiesta y una batalla, un dulce dominio sobre los movimientos de la pareja, pasos convulsivos como si los cortes musicales hirieran los cuerpos de los bailadores. Escribe Borges: “(…) la música prescinde del mundo, podría haber música y no mundo. La música es la voluntad, la pasión; el tango antiguo, como música, suele directamente transmitir esa belicosa alegría cuya expresión verbal ensayaron, en edades remotas, rapsodas griegos y germánicos”.
Los tangos poseen también un corpus poético. En 1930, Borges decía algo que tal vez hemos comprobado de alguna manera: “es verosímil que hacia 1990 surja la sospecha o la certidumbre de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en La urna de Banchs o en Luz de provincia de Mastronardi, sino en las piezas imperfectas que se atesoran en El alma que canta. Esta suposición es melancólica”. Los primeros tangos no tuvieron letra o la que tuvieron era obscena. Más tarde, hubo letras que cantaron a la mala vida, otras agresivas, unas más alegres e irónicas. Hay tangos de recriminación, de odio, de burla, de rencor, tangos que exaltan el deseo, la ira, el goce carnal, la intriga, el espíritu de la ciudad. Historias sobre historias, poemas que transcriben las pasiones más intensas.
Hay una literatura del tango. Castriota, Contursi, Gardel, Battistella, son letristas, son poetas, marcados por el modernismo literario. La influencia más clara es, en efecto, la de Evaristo Carriego. Pero también la de Leopoldo Lugones, poeta que siempre odió el tango y, con todo, su poesía influyó en los tanguistas. Piénsese por ejemplo en “Eras una dulce princesita que vivía en un palacio de cristal y malaquita”, que Lugones escribió en su Lunario sentimental. El grupo literario Martín Fierro (Borges, Molina, López Merino) abreva en el modernismo y el tango. Cuando Borges se pregunta en Evaristo Carriego, qué es lo que hay al otro lado de su barrio, una posible respuesta, tal vez la más atinada, es el tango y las historias del tango. En El otro, el mismo, Borges escribe un poema, “El Tango”, que dice al final:
Esa ráfaga, el tango, esa diablura,
los atareados años desafía;
hecho de polvo y tiempo, el hombre dura
menos que la liviana melodía,
que sólo es tiempo. El tango crea un turbio
pasado irreal que de algún modo es cierto,
el recuerdo imposible de haber muerto
peleando, en una esquina del suburbio.